Cada día, cuando sale de la escuela, Tino se va directo al hospital. Allí lo espera su madre, gravemente enferma. A veces pasan la tarde juntos; otras, Tino aprovecha para visitar a algunos enfermos con los que fue entablando amistad, como Alcira, fanática del programa de radio de Alfredo Dilena. Ya de regreso a su casa, hay días en que le gusta volver caminando por la orilla del río; otros, prefiere seguir por el borde de la ruta. Hasta que un mediodía escucha que alguien lo llama: “¿Vas al río?”, le pregunta Omar, un compañero de la escuela. En Cielos de Córdoba, su primera novela, Federico Falco indaga en ese tiempo transitorio que conduce de la niñez a la adolescencia, a veces imperceptiblemente, otras con toda la furia y la ansiedad del despertar del deseo, y lo hace con el estilo depurado y contundente que lo llevó a ser una de las voces más singulares de la literatura latinoamericana de los últimos tiempos.
Cada día, cuando sale de la escuela, Tino se va directo al hospital. Allí lo espera su madre, gravemente enferma. A veces pasan la tarde juntos; otras, Tino aprovecha para visitar a algunos enfermos con los que fue entablando amistad, como Alcira, fanática del programa de radio de Alfredo Dilena. Ya de regreso a su casa, hay días en que le gusta volver caminando por la orilla del río; otros, prefiere seguir por el borde de la ruta. Hasta que un mediodía escucha que alguien lo llama: “¿Vas al río?”, le pregunta Omar, un compañero de la escuela. En Cielos de Córdoba, su primera novela, Federico Falco indaga en ese tiempo transitorio que conduce de la niñez a la adolescencia, a veces imperceptiblemente, otras con toda la furia y la ansiedad del despertar del deseo, y lo hace con el estilo depurado y contundente que lo llevó a ser una de las voces más singulares de la literatura latinoamericana de los últimos tiempos.