Hay tres agonistas en esta historia: un padre brutal, un ex juez que viste camisa como la muerte; una madre maleable y resignada, y la protagonista, que lleva el único nombre dulce del relato, Dziewica, transformado en Vica, para poder pronunciarlo; nombre de prostituta judía y polaca que evoca, en sus resonancias, el más allá de una narración desolada. Pero no nos equivoquemos, Virginia Ducler no reivindica ni la nostalgia ni la piedad; su lenguaje voluntariamente seco evoca una tristeza ancestral, algo que solo una mujer puede transmitir. Es exactamente, en lo real y en lo metafórico, ese agujero entre las piernas, ese orificio que era un pozo en la tierra por donde fluye, incontenible, el dolor.
Hay tres agonistas en esta historia: un padre brutal, un ex juez que viste camisa como la muerte; una madre maleable y resignada, y la protagonista, que lleva el único nombre dulce del relato, Dziewica, transformado en Vica, para poder pronunciarlo; nombre de prostituta judía y polaca que evoca, en sus resonancias, el más allá de una narración desolada. Pero no nos equivoquemos, Virginia Ducler no reivindica ni la nostalgia ni la piedad; su lenguaje voluntariamente seco evoca una tristeza ancestral, algo que solo una mujer puede transmitir. Es exactamente, en lo real y en lo metafórico, ese agujero entre las piernas, ese orificio que era un pozo en la tierra por donde fluye, incontenible, el dolor.